Por Ana Niscoveanu
Como señala Marinoff en su libro, la medicalización de las cuestiones en torno a las experiencias humanas individuales ha tendido a nivelar la diversidad y profundidad de la experiencia humana a categorías templadas designadas como enfermedades, dolencias o disfunciones. El asesoramiento filosófico, tal como lo defiende Marinoff, consta de cinco etapas que él resume como PEACE o Problema, Emociones, Análisis, Contemplación y Equilibrio.
Las dos primeras etapas son sencillas, ya que implican identificar cuál es el problema tal y como se les presenta, así como identificar su reacción emocional. Las dos etapas siguientes pueden requerir ayuda externa o asesoramiento, pero implican analizar progresivamente el problema, mientras que la etapa final implica incorporar a su vida lo que ha aprendido en las cuatro etapas anteriores. Para ello, defiende el asesoramiento filosófico no necesariamente como sustituto del asesoramiento psicológico y psiquiátrico, sino más bien como una alternativa adicional.
En lugar de ver todos los problemas a través de la lente de la enfermedad, se trata de normalizar los conflictos y luchas emocionales que todos experimentamos como parte de la experiencia humana. Estas cuestiones centrales de la experiencia humana son fundamentales para nuestra humanidad y lo han sido durante miles de años. Darse cuenta de este hecho ayuda en gran medida a tener una perspectiva de nuestra propia situación. Es demasiado fácil caer en el pozo de la autocompasión pensando que nadie ha pasado por lo mismo antes. El mero hecho de que otras personas hayan pasado y estén pasando por experiencias similares y hayan sobrevivido o estén sobreviviendo puede ayudar mucho a creer que uno también puede superar este reto.
En el pasado, las estrictas órdenes sociales jerárquicas y las correspondientes creencias religiosas fijas proporcionaban roles y respuestas sociales definidos. También es cierto que la vida moderna ha sustituido algunos de los motivos de preocupación y estrés del pasado por otros nuevos. La sociedad altamente competitiva de nuestros días ha incrementado el uso de agentes farmacológicos neuroestimulantes, en particular, pero también de complementos alimenticios y diversos productos químicos en la búsqueda de un mejor rendimiento mental y físico, así como de la optimización del estado de ánimo y las habilidades sociales.
En nuestros días la gente no quiere dedicar demasiado tiempo a conseguir rendimiento o resolver problemas emocionales y busca una solución rápida eligiendo a menudo una pastilla que les haga sentir mejor, en lugar de utilizar los beneficios de la meditación o la introspección. Del análisis puede surgir una síntesis. Esto, sin embargo, requiere esfuerzo y voluntad. Al fin y al cabo, el crecimiento requiere cambios.
Incluso la psicoterapia se ha puesto de moda en nuestros días hasta el punto de que “Mi terapeuta dice” como prefacio a una discusión en un cóctel se ha convertido en una insignia de honor. Ahora, a menudo, no es tanto una cuestión de necesidad de ver a un terapeuta como de poder permitírselo. No se trata en absoluto de desestimar el valor de la terapia o la creciente necesidad de las personas, percibida o no, de acceder a ella. Sin embargo, con la creciente demanda ha surgido una diversidad de enfoques y escuelas de práctica.
Algunas de las ofertas más populares siguen la línea de la TCC o terapia cognitivo-conductual y, más recientemente, la TDC o terapia dialéctico-conductual (una subsección de la primera). Dicho esto, todas las terapias conversacionales implican animar al cliente a examinar sus propios pensamientos, sentimientos y acciones con vistas a introducir cambios que conduzcan a soluciones o mejoras de las situaciones que le han llevado a buscar ayuda. En la medida en que esto implica un autoexamen y un cierto nivel de objetividad desapegada.
No cabe duda de que es necesaria una intervención médica que implique medicación, psicoterapia y apoyo social en casos de depresión, TDAH, enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, el Parkinson o enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple. Debería hacernos reflexionar que, en una época con un nivel de vida y un confort material sin precedentes, exista tanta infelicidad. Esto debería ser motivo de reflexión filosófica, ya que resulta evidente que la felicidad humana requiere otros elementos de los que carece claramente nuestra sociedad actual. Quizá si la gente pensara más y sintiera menos, la calidad de lo que siente mejoraría. Al fin y al cabo, las emociones no deben medirse por su intensidad, sino por su profundidad. En efecto, las emociones forman la riqueza de la vida humana, pero las emociones necesitan una dirección.